EL ESPACIO DE LAS LETRAS

lunes, 1 de febrero de 2010

CAPITULO I LA ESPIRAL DE SHIVO


Bajé la diagonal y justo al girar la esquina me encontré de lleno con esa desazón que surge cuando no sabes que hacer, esa desidia de no saber porque estás allí. En cualquier caso me pregunté que debería hacer justo en aquel instante. Cabizbaja subí la mirada y estaba alli, la misma gran vía asolada por millones de personas con millones de desazones y sin sabores. Seguramente que alguien andaría con algo de alegría o con esas palomillan que te hacen celebrar la vida o tal vez con una mirada alta, convencida de seguir un paso detrás de otro para llegar al quid de la esperanza y bailar con ella entre espumas de algodón.
Quizá era eso, quizá todo era mas sencillo.
Pero para mi no. Yo, acostumbrada a complicarme la existencia.
Seguí andando, nada podía presagiar mi parada, nadie podría hacerme retroceder y sería absurdo en aquel momento gritar, cantar o intentar sentirme yo mismo entre tanta gente indentificada con la idea de perder el tiempo y correr para no perder el tiempo.
Mi rumbo era la callle Angela Saez. Tenía que ver a unos antiguos familiares muy allegados antaño pero que ahora eran solo eso, simples extraños consanguíneos.

Mi prima estaba embarazada y ese tipo de aconteciminetos siempre eran bien recibidos en casa aunque me preguntaba si mi cara de pasillo estrecho sabría aún reaccionar ante las muestras sociales de afecto.
Al llegar me dijo que me había dejado la bici el día anterior  cuando fuí a visitarles porque mi madre se empeñó en que les llevara una pila de acero inoxidable.
Últimamente me encontraba pequeños tesoros por la calle, cosas que algunos no necesitaban y a otros les podría venir como agua de mallo. Pero trayéndoles la pila me olvide de mi locomoción mas querida.

Allí, subida… siempre algo bueno podía pasar subida en aquella bicicleta porque el mundo siempre se veía de otra manera y quién sabe si el mundo y su percepción algún día podía cambiar mi perspectiva en algo más fantástico que la ruin monotonía de ser un antisocial y convertirme de repente en la señorita bicicletas rumbo a nunca jamás.
Si era cierto que cambiaba trastos por sonrisas y que trabajaba por horas en una sucia tienda de cómics olvidada en el barrio de la madera.
Creo que había leído demasiado en mi vida y tenía una intoxicación de leyendas, mitos, libros de misterio y fantasía y un todo un sin fin de relatos que siempre se dejaron leer. Si que era cierto que las personas eran distintas y que yo siempre preferí ser una simple pueblerina saludando a troche y moche y compartiendo mis tomates con cualquier campesino que plantara patatas. Pero de momento ese no era mi sino.
Me reencontré con mis familiares y me reencontré con mi querida bicicleta y me reencontré con esa sonrisa estúpida de que algo bueno iba a pasar…
De repente una horrible sensación me entro justo al despedirme de ellos.

Me subí en mi bici. Creí que simplemente había dormido poco la noche anterior y que el pesar de las facturas y la oscuridad de la noche en mi habitación habían echo mella en mi. Me subía hacia arriba y hacia abajo en un remolino de ideas y todo lo que antaño parecía sencillo y normal ahora resultaba un tanto paradójico.
Recordé la noche anterior. Mi gato Shivo miraba hacia todos los lados pero con una coherencia que me asustaba. Yo no podía dormir y ojeaba un libro de poesías que me habían regalado por Navidad. Al menos las Navidades salían productivas…a pesar de mi imbecilidad por no poder estar tan alegre como todos en aquel día. Yo prefería estarlo todo el año y lo debatía con mis familiares, pero era inútil hacerles entender como yo me sentía y el porque de mi fobia hacia las parafernalias navideñas.
Así que el gato en su momento me miró atónito y de repente fijó sus ojos hacia un lado de la habitación persiguiendo la sombra de no se que buscando no se cual objeto o sujeto. Era curioso. Y yo que soy otra curiosa buscaba indicios de lo que veía mi gato. Quizá un ruido… una sombra…un espectro.
No tenía ni idea pero dormiría igual si no fuese porque la ansiedad de la vida diaria me traía en duerme vela. Demasiadas facturas, demasiadas responsabilidades, demasiada soledad…
En realidad siempre fui un ser sociable pero con los años fui entristeciéndome, como se entristecen las macetas que no se riegan. Yo necesitaba fantasía y hadas y elfos y el resto de humanos necesitaban facturas y obligaciones. Mi gato Shivo lo sabía. Me conocía muy bien y yo a él. Pero algo fallaba porque el nunca había buscado ese mundo en las sombras de mi cuarto y yo nunca le dije que lo hiciera.
Me subí a la bici. Había perdido facultades pero no facultades psicomotrices sino la facultad de mirar el mundo y celebrarlo. Todo poco a poco se había convertido en algo mas sombrío y las calles me parecían casi desérticas repletas de gentío idiota que solo llevaban agendas como herramientas para sonreír a una manada de idiotas que no les importaba en realidad su vida.  Necesitaba ver a Shivo, necesitaba tantas cosas…

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